Por Diana Irma Venegas Medrano, Coordinadora de la Licenciatura en Danza Contemporánea
Cuando reflexionó acerca de la vida en la danza y las mil maneras de convivir con y en ella, no dejo de preguntarme las tantas pruebas que un bailarín libra al construir su carrera. Me pregunto constantemente, ¿cuál es la principal motivación para emprender tremendo viaje?, qué vibra en su corazón día a día para no dejar que el cansancio, el dolor, la confrontación muscular, la presión social, las economías tan desarticuladas con el arte no le hagan arrojar los sueños por la ventana y se mantenga a flote el espíritu de lucha por lograr una carrera profesional.
Pienso en los factores que cada uno puede sopesar a favor y en contra para permanecer en carreras tan poco valoradas por los sistemas económicos, religiosos, educativos y culturales. Y de no haber pasado en carne propia la experiencia de construir una carrera en la Danza Contemporánea a nivel profesional, quizás estas líneas tendrían otro sentido.
Veo a mis alumnos y alumnas trabajar horas enteras, apasionados, involucrados en cuerpo, espíritu, intelecto y corazón. Disponen de su juventud para arrojarse al vacío de la incertidumbre de una carrera verdaderamente intrigante y soberbia. Imprimen todas sus fuerza y recursos, algunos sufren algunas lesiones propias del sobre trabajo, del poco descanso por cumplir horarios laborales que les permitan mantenerse a flote con las colegiaturas, uniformes, dietas, tratamientos, etc.
Tantas cosas en las que se invierte para ser un bailarín profesional, de élite, con la esperanza puesta en que todo esfuerzo será recompensado no solo por el reconocimiento del público, o de la familia que creyó que ser bailarín es un hobbie, o de los maestros que volcaron sus habilidades docentes para ser de él o ella el mejor bailarín. No, en el fondo, se busca que la recompensa venga de una oportunidad importante de alguna compañía reconocida que pague del servicio por bailar, de un coreógrafo o coreógrafa que vea el talento que posee y lo lleve al estrellato, a vivir el sueño de aquellos bailarines de antaño, de ser pagado por su trabajo, por sus virtudes, ser tratado dignamente cómo cualquier otro profesionista.
Una recompensa tan grande como obtener becas simbólicas que le permitan sumergirse en las profundidades de la creación, de producir espectáculos, de dedicar todo su tiempo a lo que se comprometió en la escuela, a bailar. Y entonces me preguntó, cómo orientar y ayudar a los estudiantes de las escuelas profesionales en su búsqueda de la felicidad.
Las academias imprimen todos los días el rigor de la disciplina, buscan nuevos caminos para desarrollar e implementar nuevas metodologías a doc a sus estudiantes. Se investiga sobre los métodos y sistemas de trabajo en el cuerpo, propone nuevas estructuras de los departamentos y áreas que permitan un blindaje más propicio para los estudiantes de esta nueva generación. Y entonces, aparece uno de los factores más importantes de todos, el que a mí ver, hace que todo lo que he mencionado se reduzca al bienestar.
Cuando hablo del bienestar, me refiero a las múltiples capacidades que tiene una persona de estar feliz, de ser resiliente y paciente con su entorno. Una persona que encuentra siempre la oportunidad de ver el lado positivo de la experiencia, un individuo que respira oportunidades en cada bocanada de vida. Un ser que se beneficia de lo que come, lee, habla, escucha, observa, palpa. Es un ser que suelta para ir más ligero y toma solo lo necesario para su vida. El bien estar, es ESTAR…
El gran reto en la actualidad es el poder estar en armonía cuando pareciera que todo marcha en contra. Sin embargo existen nuevas formas de armonizar, encontrar rutas de coexistencia, métodos alternos que permiten la dosificación del ser. Entonces, creo que la principal inversión en estos tiempos no está en los gimnasios o en las compras desbordadas que exige la tiránica sobre explotación de los medios y marcas de todo, y los estereotipos de modelos inalcanzables de garbo y sofisticación, la simpleza de la vida está en disfrutar al máximo los aprendizajes cotidianos, en las cosas funcionales, en los medios que llenan el espíritu y provocan emoción, conducen a desarrollar la creatividad y la elaboración de métodos básicos de sobrevivencia.
Y hago este apartado de esta manera para provocar el pensamiento alterno del ser bailarín, dónde el ESTAR, es también, además de la vida cotidiana, una vida de simples a y enormes retos creativos. Entonces pues, buscar estar, también se refiere a encontrar la armonía , la paz, la seguridad para destacar a la creatividad, para permitirse abierto y libre de “deberes” o “estereotipos” cómo si fuésemos Gucci & Gabana de la danza; todo lo contrario, ESTAR para ser capaces de abrir nuevas formas de comunicación y verosimilitud ante el público que cada vez está más invadido por plataformas que ofrecen día a día, un sin fin de productos digeribles y en ocasiones, sino que las mayores, desechables en todo sentido.
He aquí la importancia de la escuela, la búsqueda constante de mantener activos, creativos, divergentes y en constante desarrollo las formas, métodos, temas, intereses, conocimiento y disciplinas que otorguen, permitan o inviten a nuestros estudiantes a obtener nutrientes para sus carreras y sus vidas como artistas. Sin lugar a dudas, en el “bien estar” se encuentra la luz, la productividad, la creatividad, la asertividad, la paz. Hagamos escuelas de paz, busquemos juntos las rutas que nos conduzcan a ser de verdad artistas de la vida, danzar la vida, danzar en armonía.